palabras

Lo que vais a presenciar aquí no es una exposición al
uso. Ni en la forma ni en el fondo. Hidrogirl
renuncia de manera intencionada a los grandes formatos
y a los llamados materiales nobles, y reivindica la
artesanía del arte de la ilustración y la legitimidad
del folio, del bolígrafo y del rotulador para llevar a
cabo unos dibujos que devoran el pequeño espacio del
que se les ha dotado.

Realmente todo es muy sencillo: coges un cuerpo y lo
constriñes a un espacio bidimensional, barroco hasta
la extenuación, donde la geometría impera sobre la
forma humana. O quizás sea al revés, como en los
dibujos imposibles de Escher, donde suele ser el
propio espacio el que genera la figura. En este caso
estaríamos delante de juegos matemáticos (el azar
también posee sus normas amigos!) que se van cerrando
sobre sí mismos. Ha aparecido la forma.

Sorprende la luminosidad de estos seres que emergen
desde el caos, caos que las veces que se suaviza
resulta incluso más inquietante. Son unas criaturas
hipersexuales, lascivas a pesar de su asexualidad. Sus
abuelas son las damas cosmopolitas de Tamara de
Lempira. Sus madres serían las super-heroínas de los
comics Marvel y las super-vixens del cine de Russ
Meyers. Y sus hermanas mayores pins-ups
contemporáneas. Madonnas y Kylies desprovistas de
vulgaridad. En las brumas del tiempo atisbamos a Palas
Atenea. Atenea Victoriosa, a Isis y todas las grandes
diosas paganas. Ese matriarcado ancestral cristaliza
en estos híbridos de iconos, estampitas de santas y
santos mártires de la belleza y esclavos de la lujuria
en los que la ausencia de color no implica ausencia de
brillo y luz.

No son cobardes, desde su único ojo (¿el tercero?) te
miran de frente. Mantenles la mirada, que a lo mejor
te quieren decir algo.

J.F.L